sábado, 26 de noviembre de 2016

Reflexiones sobre la crisis de los refugiados desde Meteora

Estoy sentado frente a la inmensidad de Meteora. No se ve un pijo. Solo las siluetas de las denominadas piedras caídas del cielo, donde resisten seis monasterios que sobrevivieron a las guerras entre griegos, turcos y albaneses o a la Segunda Guerra Mundial. La sensación de calma es total. Ideal después de dos semanas muy intensas en los campamentos de refugiados en Thessaloniki.
Por Kambalaka nos hemos cruzado con vacas por la carretera, zorros y hasta una tortuga. También a un fanático del Barça que se hace llamar el Messi de Meteora y se pasea con una moto tuneada llena de banderas de Catalunya y escudos del Barça. Ahora cantan los grillos y se dejan ver las estrellas mientras Yago conversa con dos franceses que nos acompañan en la etapa final de este viaje: Manu y Céline. Hoy dormiremos en una caravana. Muy tranquilos.
EL CAZA DE SOFTEX
Nada que ver con el impactante ruido que nos hizo sentir el miedo de la guerra por unos segundos en el campamento de Softex. Parecerá una tontería pero cuando escuché el sonido de ese caza militar tan cerca de nosotros, tuve por un instante la sensación de que podían disparar o bombardearnos, de que éramos tremendamente vulnerables, de temores que no conocemos y que ellos han tenido que sufrir decenas de veces en sus carnes. Cuando Sandra y yo nos miramos, sentimos absolutamente lo mismo.
Dicen que Softex es uno de los campos más peligrosos. Viven unos 1.200 refugiados, la mayoría sirios, pero también muchos algerianos. Dentro del campamento hay mucho contrabando, peleas entre distintas etnias por las noches... Aunque también te encuentras a un chaval de 17 años haciendo tortillas árabes con una destreza que asombra. Otro chico, a caballo entre Softex y Kalahori, nos insistió en que para vivir como lo hace en Grecia no se hubiese jugado la vida escapando de su país.
DESPUÉS DE IDOMENI
Después de Softex fuimos a Sindos-Karamanli, un campamento más pequeño y sencillo. El ambiente es mucho más tranquilo, y allí aprovechamos para poner en contacto a distintos voluntarios que, o bien necesitaban ayuda, o bien querían ayudar y no sabían cómo. La situación allí es muy similar a lo que se vive en nuestro ya querido Kalochori, donde la mayoría de familias son kurdas y, aunque infelices, viven en armonía.
Casi todos los campamentos que hemos visitado estos días han sido el punto de destino para reubicar a los refugiados que fueron desalojados del gran Idomeni. Allí llegaron a ser más de 8.000 personas. Los kurdos afirman que en Idomeni se sentían mucho más inseguros, que a menudo tenían problemas con los afganos. Ya no.
En Kalochori también hay broncas y peleas entre niños que no se andan con tonterías. Se necesitan horas urgentes de educación, pero la mayoría desprenden bondad y unas ganas enormes por cambiar de vida para poner fin a la etapa de guerra y caos que asola a Syria.
HASTA PRONTO KALOCHORI
Ayer, en mi despedida, compartí un momento fantástico con un padre y sus dos hijos adolescentes. Tocaban el tambor kurdo, que es una especie de banjo que suena a árabe. Cantaron y tallaron figuritas de madera creando una atmósfera mágica.
La madre de Fellek, Brahim y sus otras dos hermanas me cosió el agujero de la mochila que desde hacía días me provocaba ir perdiendo las cosas. Además, como suelen allí, me invitaron a un té delicioso. Lo hacen mucho mejor que en España.


Fui testigo de cómo Rasheed deslumbraba con sus dotes de carpintería terminando la estructura de la escuela con una puerta maravillosa. Luego me lo encontré sentado, solo, tallando con la cortadora un corazón gigante de madera. Quería colgarlo en una zona pública del campamento.
Jugamos el último partido de baloncesto (para mí, aunque tengo fe en que ellos seguirán echándole horas... Algunos han mejorado muy rápido) con ese aro que se cae a pedazos y nos echamos unas buenas risas. Sobre todo con Abdallah, que más tarde me invitó a una cerveza.
Luego llegaron los abrazos. El de Giulia, la voluntaria más líder y curranta que he conocido, interrumpiendo la pachanga para saltar encima mío llorando a moco tendido... Joder, es la tía más dura y a la vez una llorona súper sensible.
También hubo muchos besos. Especialmente con algunos pequeños a los que les he cogido muchísimo cariño: Lovan y sus hermanos (Lavin, Darvin y Delovan), Hammad, Mateo (así le llamo yo, es muy gracioso), Ajín, Silva, Ahmed... No tenía gran cosa para darles, así que les regalé unas camisetas mías que les van de pijama como agradecimiento. Sus madres me dijeron que las usarían ellas.
LA FIESTA
Pero lo mejor estaba por llegar. De repente sacaron la música y arrancó una fiesta improvisada. Sin darme cuenta estábamos todos en el patio del SK Market bailando ritmos árabes como si no hubiese un mañana (tengo documentos gráficos que lo acreditan, pero deben ser supervisados). Era fascinante ver cómo todos esos refugiados se olvidaban por un momento de sus muchos problemas y se desmelenaban al unísono sin importar la edad, el sexo ni la condición.


Y es que la vida sigue. No es fácil, pero tienen que tener paciencia mientras por otras vías se busca la forma de apretar las tuercas a los gobiernos para que agilicen los trámites. Como, por ejemplo, con la manifestación de No Borders, a la que no asistí, pero me consta hubo representación de muchísimos refugiados y voluntarios en contra de las fronteras. Me dicen que eran unos 5.000.
Inciso: Yago me presiona para que acabe. Debe de volver a tener hambre ;)
El caso es que han sido dos semanas súper intensas, emotivas, repletas de personas espectaculares... Hemos podido ayudar en un proyecto y hemos cumplido el objetivo de construir los suelos de 27 tiendas y otros apaños varios. El dedo azaroso de Saulo nos marcó el camino. Y de qué manera.
La experiencia ha superado con creces las expectativas. Y lo mejor de todo es que aún no se ha terminado... Bona nit!

FECHA: 23 de julio de 2016

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