KALOCHORI
Estamos en el autobús camino al campamento de Kalochori. El primero con refugiados que nos ha acogido con los brazos abiertos. La responsable, Diane, nos enamoró desde el primer momento. Se saltó las directrices de los militares sin levantar la voz, con el mero uso de la lógica: "Son muchos voluntarios y los necesitamos. Los acojo en el campamento bajo mi responsabilidad".
Esto ocurrió el miércoles. Después dimos nuestra documentación a uno de los policías que nos desalojaron del campo de Diavata. Vestido de paisano, con barba de dos semanas, pelo largo y un pendiente colgando de su oreja izquierda, el agente me miró a los ojos: "I remember you". "Me too", le contesté.
En Kalochori nos dividieron entre chicos y chicas a los 11 voluntarios. Ellas se encargaron de los niños, cantando, enseñándoles inglés, divirtiéndose. Nosotros nos encargamos de la construcción del suelo de madera de varias tiendas del campamento. Hasta ahora dormían sobre cemento en un viejo Super Market abandonado.
Fue una casualidad llegar a Kalochori. Un cúmulo de decisiones azarosas nos llevaron hasta allí. Mi compañero Saulo (combina el personajismo canario con un acentuado sentido de la solidaridad y la defensa legal de los más desfavorecidos) tuvo buena culpa de ello. Él decidió poner el nombre de Kalochori en el mapa a pesar de que habíamos hablado de otras dos opciones: Sendos Karamanli y Softex.
LA VAN
Otra de las casualidades que nos llevó a Kalochori ocurrió el martes por la noche. Tras un largo y laborioso día, volvimos a Elpida Factory (el campamento con el que nos comprometimos de inicio pero que aún no tiene refugiados) y a la hora de volver a casa nos metimos unas 15 personas en la furgo oficial. La chófer se negó a asumir esa responsabilidad y yo me ofrecí voluntario para llevar la van. Tenía mono de conducir por las locas calles griegas. Lo reconozco.
Descargamos a todo el mundo y convencimos a Kai de que nos dejase la furgoneta. La devolveríamos el miércoles a las 5 de la tarde. Nos fuimos a tomar unas cervezas al puerto de Thessaloniki, después llevamos a los voluntarios a sus respectivas casas y, con el poder de la van en nuestras manos, Yago, Saulo y los dos Víctors (el otro compañero de piso canario, además de ser un tipo de puta madre, es mi tocayo) nos fuimos de turisteo.
Con la van arriba y abajo, decidimos ir a conocer el castillo de Thessaloniki en plena noche. En un extremo de la muralla, sentados con cerveza y tabaco, conocimos a Vassilis y Vicky, dos jóvenes griegos desgastados por la crisis de su país que nos dieron conversación por una hora de tiempo. "Fui anarquista, fui comunista, pero ya no creo en ello. No puedo compartir cuando ni siquiera tengo para mí. Está bien que ayudéis a los refugiados, pero nosotros también necesitamos ayuda", dijo Vassilis después de criticar a los 'iluminatti' de izquierdas y encender un debate político que terminó a las cuatro de la mañana.
PULPOS COLGANTES
Todo esto ocurrió durante largas jornadas de trabajo y aventura. El martes por la mañana estuvimos ayudando en un almacén cerca de Ikea. Allí participamos en la distribución de miles y miles de prendas de ropa que envían desde fuera de Grecia para los refugiados. Las colocábamos en cajas en función de si eran de verano o invierno, niño o adulto, mujer u hombre, parte de arriba, pantalón o ropa interior... No fue tan gratificante como estar con los refugiados, pero es una labor muy necesaria.
Después del trabajo de almacenaje, pasadas las 16h y sin comer, me fijé en un local a lo lejos con un salvavidas colgando. Era un restaurante pequeño a pie de playa, junto a un taller y dos enormes barcos. Nos acercamos a comer y nos sorprendió ver cómo tenían siete tentáculos de pulpo tendidos al sol, como si fuesen calcetines! Nos pegamos una buena comilona mediterránea: ensaladas, calamares tipo andaluza, mejillones al vapor y pulpo seco, como le llamaban. Nos costó todo 9€ por cabeza y nos invitaron a postres (yogur griego casero tremendo) y agua. El dueño, que no tenía ni papa de inglés, me dio una colleja cariñosa después de decirle lo buenos que estaban los calamares.
EL MURO DE OREOKASTRO
(Todas las imágenes de este artículo pertenecen al campamento de Oreokastro)
No menos loco fue el lunes. Empezamos el día fuerte, camino de Oreokastro, un campo de 1.500 refugiados. Tuvimos que colarnos por un muro lateral, saltándolo, porque ya nos avisaron de que los militares no nos dejarían acceder. Los refugiados, en cambio, lo agradecían. Conocimos a una mujer de 80 años en silla de ruedas a la que Saulo le ha tramitado los papeles para pedir el asilo y poder ir a Alemania cuanto antes, a reunirse con su hijo, que ya tiene permiso de trabajo allí. También estuvimos con una familia tan humilde cuanto encantadora. Siete niños: seis hijas y un hijo. Nurr (11), Marua (9), Svet (8), Istra (6), Rahad (4), Diane (3) y el bebé, cuyo nombre no recuerdo. Me llamó la atención que las tres pequeñas llevaban el pelo corto y rizado, de tal forma que durante un buen rato pensé que eran niños.
También conocí a un chico de 22 años, con varias heridas en el brazo fruto de la guerra. Quería un informe médico para pedir una discapacidad y poder acelerar su marcha y la de su madre. Su padre y su otro hermano murieron en Syria. En su caso, y a pesar del enorme clavo que tiene en el hombro, es difícil que aceleren su marcha.
VIN DIESEL
Al salir del salvaje Oreokastro (la mayoría vienen de Idomeni, hay peleas de diferentes etnias por las noches, tráfico de distintos productos y sustancias o pintadas políticas) nos unimos a nuestro equipo de juristas: Saulo y las Marías. Nos vino a recoger un supuesto abogado que resultó ser ingeniero. Tenía un asombroso parecido a Vin Diesel, pero no en la versión 'A todo gas', sino más bien en la de 'Un canguro superduro'. Fuimos seis personas en su menudo Fiat Panda. Y nos echamos unas buenas y necesarias risas.
Estuvimos dos horas con él y nos trajo información legal para repartir entre los refugiados. Comimos gofres y jugamos al Uno, esperando a su equipo de colaboradores. Pero nunca se presentaron. Como contraprestación por el tiempo 'perdido' nos llevó a visitar la casa anarquista de Orfanotrofio, también habitada por refugiados. Allí conocimos a más catalanes... Somos una plaga! La pena fue que no nos dejaron sacar fotografías.
PATATAS CONTRA CEBOLLAS
Vin Diesel nos llevó a casa y le mostramos la cantidad de refugiados que hay por nuestro barrio. Justo esa mañana hubo un desalojo por parte de la policía.
Compramos huevos, cebollas y patatas en un pequeño Market e hicimos un concurso de tortillas en el piso. Fantástica cena con birras fresquitas en la terraza. Termino ya el relato desde el campo de Kalochori, sentado ya junto a varios niños refugiados que se han ido poniendo a mi alrededor... Me toca estar por ellos ahora. Os mando un abrazo!
(Todas las imágenes de este artículo pertenecen al campamento de Oreokastro)
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