Estamos casi a 40 grados. Anteayer, una mujer se desmayaba en el autobús. No paro de beber agua. Fría, muy fría, por favor. Saqueo los supermercados en busca de las botellas más heladas. Y, perdonad por lo explícito del asunto, pero no voy mucho al baño. Lo sudo todo. Hoy será diferente.
Durante estos últimos dos días nos hemos asentado. Se acabó la búsqueda de nuevos proyectos para tratar de compatibilizar los dos en los que nos sentimos más necesarios.
Entre los refugiados hay un poco de todo. El hombre es el lobo del hombre. Cada uno mira por sí mismo. Forma parte de nuestra maleducada naturaleza. Que si me puedo alargar un poco más la tienda que el vecino, que si me llevo dos palés de más sin avisar a nadie, que si os quito las herramientas para seguir mejorando mi tienda mientras muchas otras aún no tienen suelo... Hay que estar al loro. No quieren quedarse allí, pero mientras no les quede más remedio, pelearán por ser los más cool del lugar.
Mientras tanto, el mundo sigue cada día un poco más loco. Los atentados de Niza, despreciables, no ayudan a que las fronteras europeas se abran para los refugiados de guerra. Y en Turquía hay intento de golpe de Estado. Al parecer, frustrado. Han bloqueado el acceso a las redes sociales del país. Las tropas militares griegas están en alerta.
Y yo... Me pregunto demasiadas cosas.
Llevo solo una semana aquí.
Todavía no tengo vuelo de vuelta.
Llevo solo una semana aquí.
Todavía no tengo vuelo de vuelta.
¿Qué hago?
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